José F. Grave de Peralta
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“... Pero lo que más compasión los puso... fue ver al tronco de una encina atado un muchacho de edad, al parecer, de dieciséis años, con sola la camisa y unos calzones de lienzo, pero tan hermoso de rostro, que forzaba y movía a todos que le mirasen...”
~~* dibujo a lápiz 12 x 12 cm
Las dos doncellas
de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes
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Castelblanco de los Arroyos
Hace un par de días me llegó un saludo de una querida amiga española que se dedica con pasión al senderismo, y que me cuenta en sus líneas que había pensado en mí por encontrarse en el mesón de un pueblo llamado Castelbanco de los Arroyos, situado en la Ruta de la Plata -- de época romana -- que toman hoy en día los caminantes que desean llegar a Santiago de Compostela desde Sevilla en peregrinación. "Castelblanco es uno de los llamados pueblos del Quijote, Pepe", me escribía Marga muy emocionada, "pero eso seguro tú lo sabes mejor que yo".
Nada de eso, Marga. Como ahora hace bastante tiempo que no recorría yo las páginas de caminos y aventuras de esa gran novela, el delicioso nombre de Castelblanco no me sonaba, pero con la ayuda del que puede ser un buen baquiano moderno para guiarnos hasta los nombres y cifras de lugares, eventos, y demás datos de muchas historias -- hablo de GOOGLE -- con un par de tecladas averigüé que era en su cuento de "Las dos doncellas" que Cervantes nos lleva a ese lugar situado a pocas leguas de Sevilla, y que nos introduce desde su primer página en una intriga amorosa y de alcoba literalmente, para transportarnos a los lectores y a sus protagonistas no solamente a la gran ciudad de Santiago Matamoros en Galicia, sino a las mismas orillas del puerto de Barcelona. En la historia de estas muchachas se pasa, incluso, por unos momentos de aprieto muy significativos que transcurren en las afueras de Igualada, un poblado de la ciudad condal, donde unos bandoleros, como los clasifica Cervantes, han maltratado a unos treinta viajeros para robarles sus pertenencias y dejarlos en camisón, amarrados a los árboles de un encinar. Había hasta frailes en el grupo de asaltados, y entre éstos los salteadores dejaron su huella de sarcasmo, amarrando a no pocos de ellos en cuero y pelotas a las encinas, o poniéndoles al revés las vestimentas que les quitaban a otros de los viajeros.
Es, pues, gracias a este accidente del camino que la vida les da a los protagonistas de la novela cervantina que que ellos empiezan a desenredar sus historias de amores -- ya que una de las víctimas de los salteadores resulta ser la pieza clave -- es decir, la otra doncella.
(Marga, cuando comencé a leer el cuento esta vez, y te imaginé a tí en un mesón contemporáneo de Catelbanco, las primeras escenas con las que Cervantes abre su telón , escenas finamente insinuantes, de los dos jóvenes que no se conocían, compartiendo un aposento y hablando de amores en el mesón del Castelblanco, me encantaron!) .
Esta relectura, pues, de "Las dos doncellas" , me asaltó a mí en el sendero mío por varias razones, y no me dejó otro movimiento aquí en Roma que el de meditar un poco el de los paralelos que nos comunican a pesar de la distancia.
Por eso esta vez me tomé el tiempo para leer con mayor atención esta historia del Manco Sano, y para luego enviarle uno que otro pensamiento del camino mío. Dicho sea de paso, ella me contó en su saludo que ella y sus tres compañeras estaban aprovechando para conocer los paisajes de la antigua ruta romana de cuando la Hispania le abrió las entrañas de tanta plata a aquellos colonizadores, y que estaban "en peregrinaje" a Santiago.
En la novela, la meta del santuario religioso ni se menciona en sus primeros capítulos, ya que sus personajes no estaban pensando ni en rezos ni en indulgencias a ese punto de la problemática. Teodosia, una de las dos doncellas, abre el telón vestida de hombre, y pidiendo posada en Castelblanco. Y por muchas y muchas páginas del cuento, la preocupación religiosa no se asoma por ninguna parte. Este aspecto de la motivación en la vida en el viajar de las personas, o sea, el aspecto enteramente romántico de los protagonistas hasta que no les pasan las cosas que les pasan dentro de su enredo amoroso, me llamó la atención. También, tal vez, el modo en que Cervantes tal vez nos está diciendo con ello, que nuestros "santiagos" como meta y motriz, surgen en su momento, si es que van a surgir... y de la manera que van a manifestarse, que en el caso de los cuatro enamorados no es de modo histriónico o al ritmo de muchas aleluyas.
No por acaso, al final de las peripecias que viven ella, Rafael, Leocadia y Marco Antonio y en "Las dos doncellas", este último galán durante su convalescencia de las heridas de amor y de camino que sufre en el transcurso del cuento -- las últimas en la reyerta que sostienen él y sus compañeros de navíos contra una gentuza del puerto de Barceloneta que por lo visto los agreden sin razón -- hace votos de vestir la clavellina y de seguir hasta el santuario de Santiago gallego con los otros tres enamorados para darles las gracias por dones recibidos, entre otros el de llegar con vida a los brazos de sus respectivos amores, y finalmente a las casas de sus familiares en Andalucía.*
x Como no sé cuándo mi amiga la senderista y sus correligionarias leerán estos cuatro párrafos en su camino de la plata hacia Santiago, o después, el sentir de agradecimiento que les lanzo aquí, pues, mi amiga senderista, es sincero pues me hizo girar o enderezarme también a mí en mi momento actual por el mundo. Gocé mucho el lenguaje de "Las ...doncellas", entre cuyas hermosas frases encontré una que nos dijo toda la vida mi abuela materna, aunque con ligeramente distinto vocabulario: "“... dejad el cuidado al tiempo, que es gran maestro de dar y hallar remedio a los casos más desesperados...” Creo, por cierto, que este sabio aforismo es el corazón de la novela. También la escena en la playa de Barcelona donde Leocadia le acepta a Rafael su declaración de amor es inolvidable, and way ahead of its time, en la literatura de Occidente. Después de todo, la doncella (que vimos amarrada a la encina en su traje de varón en la escena de los bandoleros, como yo la dibujé a lápiz) no estaba enamorada de Rafael. Y todo esto le dan una belleza insólita y hasta cuestionable a las palabras que ella le dice a él cuando él, allí en la playa, se le declara: Leocadia responde en esta especie de ceremonia sin sacerdote--- "y sirvan de testigos los que vos decís: el cielo, la mar, las arenas y este silencio.".
Mira tú, Marga, de qué manera "Las dos doncellas" me han dado oportunidad de pensar en tantas y tantas vueltas que los enamorados tenemos que darle al querer para llegar a nuestros santiagos!
*(En los últimos renglones de su cuento, Cervantes nos dirá que los amantes después vivieron felices en esos paisajes de Sevilla, "dejando de sí ilustre generación").